la libertad se abre como espacio y todo espacio debe ser abierto en medio de reglas. vivimos en ciudades donde el vecindario no es cercanía, sino separación, donde la separación es aislamiento y el aislamiento una especie de refugio. normal, que lo más cercano en uno/a es encontrarse lejano de sí.
uno/a a de empezar a salir de lo habitual para adentrarse en lo extraño, hasta que vea que lo extraño revele ser lo más propio.
nos educan y preparan para el resultado, para la reducción del asombro en costumbre. se tiene la noción de no estar viviendo sino consumiendo. nos agotamos en un tiempo al que es preciso dar rumbo, incluso atajo, aunque no sentido. siempre velocidad, pero no espacio, acumulación estéril, caduca, vacío por llenar. posesión. ambición en lugar de ilusión.
parece que somos incapaces de desear lo que ya tenemos y, aún menos, lo que somos, como si lo que vamos siendo no fuera algo a conquistar y que lo conquistamos siéndolo. queremos el regalo, pero rechazamos el don, la fragilidad sagrada de lo presente, del regalo sin por qué, la eternidad de cada instante, la inmortalidad, lo humano, lo más.
el instante, ese presente vulnerable no es más que el regalo constantemente desenvuelto en el que el misterio se manifiesta y nos regala todo sin exigir de nosotros más que aceptarlo con la alegría básica del que desenvuelve un paquete cuando es niño, así, incansablemente, con ilusión, no por lo que encontrará sino por el acto de estar desenvolviéndolo con gratitud y confianza.
la vida hay que celebrarla como el lugar que, lejos de privarnos, o ser un puto abismo, posibilita el espacio de lo aún no creado; el vacío no ya como precipicio, sino como inicio, como posibilidad y apertura.
con regalos, amores y tegnocentrismo se quiere cubrirlo todo, tapar hasta el último hueco para sentirnos seguros sobre un fundamento sin fisuras, sin contradicciones. pero ante el vacío sólo cabe confiar, saltar, crear. nos queda soportar la intemperie entre lo que ya pasó y lo que aún no amanece, porque lo tenemos que crear nosotros. nos queda saber que la vida no es más que una serie infinita de encadenados ‘sí’ cuando es si, y de «no» cuando es no.
estamos bajo una presión muy grande, inmersos en una cultura que nos pide todo y no nos da nada, nos da aparatos solamente. es difícil callarse la boca, pero más difícil es la neurosis de estar hablando todo el día sin sentido, sobre nada, para llenar un vacío que asusta. vivimos un pequeño margen del día, el resto funcionamos, estamos dentro de un trámite de una constante postergación de cualquier gozo, que sería justamente vivir.
cada cual lleva en sí el potencial de hilvanar un sentido. eliganlo, aceptenlo, prefieran la vida que os trasciende, no el mundo que os define; la tristeza solo entra en un corazón que no quiere o no puede exigirse ya el asombro o la grandeza. renuncien a lo ya sabido, a la seguridad y acepten el cambio constante como único espacio vital, auténticamente habitable. respondan «sí» a los que os ha llamado. sí, y sólo sí, a cada segundo, a cada paso, como el que nace y, sin comprender, no duda en respirar.
tengan los sentidos atentos, dispónganse a que el mundo les hable, a que la realidad os abra y os toque.
que lo que uno/a recibió como don, aparezca como don, no como herramienta. que sea la gracia por la gracia, ese gesto de ir sin buscar nada a cambio es lo que crea el vínculo con lo divido que lo otro nos trae.